Languidece el tiempo de los duros que no vacilan, no perdonan y sentencian. Una nueva y sutil hegemonía está creciendo: la de la suavidad, cuya flexibilidad les permite adaptarse, complementarse y encontrar en lo malo el lado bueno por donde seguir fluyendo. Recogiendo a nuestro poeta José Watanabe: "El mundo aún no alcanza su total y cerrada dureza de piedra, todavía sobrevive algo que se contrae y se distiende debajo de algunas superficies y fluye un cierto frescor de aguas remotas…".
Sólidos como la roca, los duros están hechos para la conquista. Son hábiles, fuertes y decididos. El mundo que afirman comprender se compone de resultados, categorías y productos. La certeza proviene cuando algo se puede medir, su enfoque es sobre los problemas y resuelven su unidad cuando tienen a alguien a quien oponerse luego de dividir el mundo entre buenos y malos. El reinado absoluto de la razón los convierte en dueños de una verdad que tienen que enseñar o imponer. No toleran la incertidumbre y demandan orden y formalidad de instituciones cerradas, corporaciones sólidas y un Estado fuerte, para garantizar, en nombre de la eficiencia, una estricta división de lo público y lo privado y no permitir que el calor de los corazones reblandezca a las mentes preparadas para la dura competencia en este mundo siempre dividido.
Fluidos como el agua, los suaves han sido convocados para aquietar y reagrupar el mundo. Son diestros navegadores en el caos y la incertidumbre, dotados de una mirada abierta que les permite comprender y, eventualmente, fusionar la formidable diversidad que les ha tocado vivir. Antes que en los resultados su aprendizaje está en los procesos. Su versatilidad les permite adecuar productos de acuerdo con las cambiantes exigencias del mercado. Saben fluir en la dualidad, comparten verdades con el otro que piensa diferente. Están siempre dispuestos a la conectividad, así como a la armonización del cuerpo, la mente y el espíritu. No dividen emoción de razón ni la esfera pública de la privada, más que en la regulación confían en la propia voluntad de cambio de las personas e instituciones porque reconocen que no hay otra forma de hacer que el mundo se reencamine.
Agua y roca no se excluyen: solo están realineándose. La ética masculina por un lado aquella que conquista y posee frente a la ética femenina que protege y educa: Se encuentran deliberando un nuevo gobierno en las mentes y corazones enrumbados a una nueva civilización.
La globalización y la revolución de las comunicaciones se expanden a la par del cambio climático. Formidables fenómenos que aún no podemos comprender a cabalidad. Riesgo y oportunidad caminan entrelazados. Cataclismo y renacimiento. Portentoso despliegue de un mundo que se ha estrechado a la par que se abre. Requerimos de nuevos saberes, actitudes y modos de ser y hacer. Qué nos queda entonces: enfrentar o adaptarnos, homogenizar o fusionar, cerrar o abrir, contener o fluir, navegar o posicionarse, compartir o poseer, mitigar o solucionar. Culpar o unirse. Dominar o proteger. Confiar o descreer. ¿Como el agua o como la roca? Este no parece ser un tiempo de escoger. Solo de fluir.
Autor: José Luis López Follegatti