Columna escrita por Marina Irigoyen Alvizuri, sociología y co-coordinadora de Grupo de Diálogo Minería y Desarrollo Sostenible, para la revista Energiminas, edición 82.
Esta propuesta de visión requiere ser socializada, validada en regiones, pero también recibir los comentarios y aportes de otros actores.
«Agro sí, mina no» ha sido el canto de batalla de muchas protestas campesinas contra posibles explotaciones mineras. Y unos y otros sectores se llenan de argumentos para respaldar la importancia de su sector para el desarrollo nacional. ¿Será posible congraciar ambos planteamientos? ¿Cuál puede ser el camino, en todo caso?
El reconocimiento de la importancia económica de la minería en el Perú —tanto por su aporte al PBI, en la tributación, la generación de empleo directo e indirecto, la promoción de diversos proyectos referidos al aprovechamiento pleno del agua, la reforestación, el apoyo a la salud y educación— son parte de las coincidencias que se levantan cada vez más en diversos espacios. Es el caso del Rimay, el Centro de Convergencia y Buenas Prácticas Minero Energéticas, colectivo de multiactor que ha diseñado la propuesta de Visión de la Minería al 2030, y del Grupo de Diálogo Minería y Desarrollo Sostenible, que congrega a actores sociales del mundo empresarial, líderes sociales, de ONG, consultoras, del Estado, etc. En estos espacios se levanta la importancia de ambos sectores para el desarrollo nacional y se revelan coincidencias.
Si buscamos ejemplos de buenas prácticas en el sector minero, de aliento a la agricultura y de manejo sostenible del agua, los encontramos y muchos. Pero quizás uno de los problemas es que son eso, ejemplos, buenas prácticas… y no un quehacer generalizado del sector.
Es que en el mundo minero hay notables diferencias, no solo entre grandes, medianas y pequeñas empresas; quizás las diferencias más notables estén entre empresas socialmente responsables y aquellas que con las justas cumplen con la normatividad y no ven la hora de «sacarle la vuelta» a las exigencias normativas. Por no decir las informales e ilegales que no son materia de estas notas.
Por ello se requiere apuntar a fortalecer planteamientos en común que sean parte de una visión nacional. Cuando la política tambalea, cuando sentimos que en vísperas del 200 aniversario de nuestra independencia aún nos falta mucho por madurar, es más que nunca momento de proyectar una visión en común, una visión de la minería al futuro. En estas notas se plantea reflexionar sobre algunos puntos de diferencia y se sugiere pistas para avanzar.
Revisando divergencias en el llano: agricultura, agua y minería
Pasemos revista a uno de los campos críticos en el desarrollo de las explotaciones mineras: la competencia de la minería con la agricultura de pequeña escala. También alrededor de este surgen las diferencias entre empresas mineras responsables y las que llevan a cabo prácticas arbitrarias, buscando minimizar o evadir las normas. Una de las constantes de los desacuerdos y sobre lo cual se generan tensiones es por el control de la tierra y, sobre todo, por el agua, que generan múltiples protestas y conflictos violentos en las comunidades. Reconciliar estos dos importantes impulsores del desarrollo se ha convertido en un tema crucial de gobernabilidad y desarrollo, como lo reconocen entendidos de diversas miradas.
Hay que reconocer el significativo aporte de la agricultura de pequeña escala a la seguridad alimentaria, los productos de panllevar, las frutas de estación, etc. El sector agrícola produce el 70% de los alimentos del país y acoge alrededor del 30% de la fuerza laboral en el Perú. Cierto que es mayormente agricultura familiar, carente de beneficios laborales, mas es una salida ante la escasez de oportunidades. Además se da el caso de una lenta pero significativa presencia de técnicos calificados que retornan al campo y que promueven mejoras tecnológicas, cultivos orgánicos, inserción al mercado. El gran reto es cómo hacer para enfrentar la pobreza y pobreza extrema, que bordean el 45%, en las zonas rurales.
Podríamos decir que el dilema «agricultura o minería» es una falsa dicotomía, pero es así visto, como una competencia entre ambos sectores. Por eso tenemos que revisar las múltiples posibilidades de complementariedad entre empresas mineras y pequeños agricultores, por ejemplo, como proveedores de productos orgánicos para sus comedores y otros servicios, la posibilidad de contribución de la renta minera para calificar a los agricultores en su incursión a otros mercados y nuevos emprendimientos; la posibilidad de invertir en proyectos para el control biológico de plagas, apuntando a una agricultura saludable. La lista es extensa.
Asociado a los conflictos por tierras están los referidos al agua. Como sabemos, en nuestro país la distribución del agua no es uniforme; en la serranía, ámbito donde se ubica la mayor cantidad de proyectos mineros, hay escasez de agua (sea por escasas fuentes o por mala gestión), y eso propicia el conflicto, ante el temor que la empresa capte el agua o la contamine. Las malas experiencias pesan en el imaginario popular. Viviendo una época de cambio climático y calentamiento global, que puede amenazar la desertificación de las áreas rurales, deberá ser una preocupación común la captación y almacenamiento de las aguas en las partes altas de las cuencas, siendo relevante un acuerdo concertado para la preservación de las cabeceras de cuenca. Algunos sugieren además avanzar en la zonificación del uso del suelo, una forma de establecer reglas claras sobre la manera en que se empleará la tierra.
Frente al tema de la tierra y la gestión del agua, ejemplos tenemos; requerimos políticas, programas generalizables, validados.
Construyamos una visión compartida
¿Cuánto de la inversión minera (canon, regalías, fondos sociales) se destina a fortalecer la producción agrícola? ¿Cuánto a la mejora de la productividad? ¿Y para mejorar la gestión del riego? ¿Para rescatar tradiciones, técnicas y conocimientos ancestrales como la siembra y cosecha de agua en cochas o reservorios en zonas altoandinas, acueductos, andenes, entre otros procedimientos milenarios? El sector agrícola es por lo general el vecino inmediato de las explotaciones mineras y ello amerita propiciar un mayor diálogo, y diálogo de calidad. Por supuesto que esto no depende solo de la empresa, sino que es de amplia responsabilidad de autoridades locales que controlan los recursos. Todo bajo la bandera de una orientación común, donde el plan de desarrollo debiera ser guía de la acción.
Mas pareciera que los planes de desarrollo no son más que instrumentos formales que las municipalidades y gobiernos regionales aprueban para cumplir con la normatividad y acceder a la transferencia de recursos. Se pierde, entonces, el sentido de un plan. En el diseño de la Visión 2030 que elaboró el colectivo Rimay se sostiene que la minería «participa en la planificación y ejecución de acciones orientadas a cerrar brechas sociales, en el ordenamiento territorial consensuado… y junto con el Estado, impulsa el desarrollo de los territorios a través de la diversificación productiva y la articulación de la minería con otros sectores económicos». Ello está pues orientado a fomentar la responsabilidad y valor compartidos, lo que se traduce en un mayor bienestar de la ciudadanía. La planificación entonces cobra sentido al pretender ser una planificación que oriente la inversión y el accionar. No es posible que tengamos distritos con décadas de inversión minera y que sigan con altos índices de pobreza y pobreza extrema, siendo el sector agrícola el más pobre. La reconciliación de estos sectores, minero y agrícola, será realidad con evidencias, más allá de prácticas puntuales.
Construir esta visión común es un punto de partida; no es tarea sencilla, pero ya tenemos una semilla, fruto del esfuerzo de Rimay. Ahora bien, esta propuesta de visión requiere ser socializada, validada en regiones, pero también recibir los comentarios y aportes de otros actores. Por ejemplo, de los representantes del sector agropecuario. Es muy probable que este sueño de tener una minería de la cual los peruanos se sientan orgullosos se enriquezca con sus aportes; pero aún más, se abriría un campo de reflexión hacia el futuro, y no solo pensando en el hoy de la actividad; se delinearían políticas y programas que armonicen con otras intervenciones. Documento de necesaria consulta será el Informe Final de la Comisión para el Desarrollo Minero Sostenible. Hoy más que nunca, en momentos críticos que se debate nuestro país, en que se cuestiona la vida cívica y democrática, desde la sociedad civil nos sentimos co-responsables de un proceso amplio de generación de una visión compartida hacia el 2030, y hacia ella nos proyectamos.
Fotografía: ESAN